Parecía un típico final y principio de años. Unos minutos antes de la medianoche de 2024, en la “emisora de siempre”, sonó a ritmo de merengue el tema “Viejo año” de Juli Mateo “Rasputín”. Y, justo cuando el reloj marcó la 12:00:01, ya en el 2025, otro clásico navideño de nuestro ritmo autóctono “El año nuevo feliz llegó”, en la voz del fenecido Johnny Ventura.
Y sí, feliz llegó, con abrazos, parabienes y deseos de 365 días venturosos y desbordantes de felicidad. Por primera vez yo decidí escribir, unos días antes de que el 2024 entrara en cuidados intensivos, una lista de metas que anhelaba cumplir tan pronto iniciara el siguiente.
Nada de ir al gimnasio, iniciar una dieta, adquirir una casa, comprar o cambiar el vehículo, viajar u otros planes tan comunes a principio de año, pero que rápidamente se abandonan o quedan en el olvido sin siquiera iniciarlos. Mis metas giraban principalmente a cómo afianzar el bienestar, la paz y la unión familiar, además de otras que contribuyeran a ser cada día un mejor ser humano.
En los primeros días del año, comencé incluso a darle curso a la que había colocado en el lugar más preponderante, porque tenía la firme decisión de ir paso a paso, sin involucrarme simultáneamente en múltiples objetivos y al final no conseguir ninguno.
Era la mejor manera de evitar procrastinar, esa palabra usada para definir tan certeramente el acto de aplazar o posponer tareas y responsabilidades, generalmente reemplazándolas por otras actividades más agradables o irrelevantes.

Y aquí vino mi primera enseñanza del doloroso, pero edificante 2025 que he vivido. Está en la Biblia, en el libro Proverbios, capítulo 16 versículo 9: “El corazón del hombre piensa su camino, más Jehová endereza sus pasos”.
Y así Yahvé (Yo soy el que soy), con la omnisciencia que pocas veces entendemos, me cambió la hoja de ruta. De una forma tan brusca que, a las primeras personas que abracé y deseé parabienes al iniciar este año, ya no forman parte de mi entorno más cercano, por una razón u otra.
Confieso que en medio de los eventos traumáticos del 2025 busqué infructuosamente respuestas que nunca llegaron. Y aquí está la grandeza de la segunda enseñanza: Hay veces que en tu vida solo tendrás preguntas.
Arthur Brooks, escritor estadounidense y académico de la Universidad de Harvard, ha planteado al respecto que en la búsqueda del sentido de la vida no se necesita saberlo todo, sino aprender a convivir con determinadas preguntas, desarrollando la capacidad de formularlas, sostenerlas y dejar que nos transformen.
Mi otra gran instrucción vino en ese tiempo de soledad que trajeron a cuesta los primeros meses del 2025. Me enseñó a manejar el silencio y a desconectarme del exterior para hacerlo conmigo mismo.
El 2024 fue un año de ruido y confusión, 2025 de aplicar ese otro pasaje bíblico que está en Mateo 5:37: “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede”. Es parte del Sermón del Monte donde Jesús enseñó a sus discípulos a ser directos y sinceros, evitando promesas y juramentos que no puedan cumplirse. Aprender a decir sí, cuando sea posible. Y no, para evitar transmitir ilusiones que terminen en frustraciones.
La mayoría de las veces no valoramos cuánto se aprende al escuchar más y a convertir en parte de nuestra rutina diaria el siguiente verso del poema Desiderata, del escritor Max Ehrmann: “Camina plácido entre el ruido y la prisa. Y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio”.
Eso incluye la velocidad y el bullicio que nos imponen actualmente las modernas tecnologías. A principio del presente mes decidí compartir pocos contenidos en redes sociales. No en mis redes sociales, como muchos suelen decir, perdiendo de vista que no son nuestras, sino de quienes las manejan.
Ha sido un tiempo para ocuparme en tareas más relevantes, alejado de la validación que tanto se anhela y valora cuando se “postean”, “cuelgan” y “comparten” contenidos para generar los “views”, “likes” y “comments” que ahora provocan tantas satisfacciones en el mundo virtual, pero en desmedro del real.
El fenecido filósofo, escritor y monje budista, Thich Nhat Hanh, en su libro “Como escuchar” promovió los beneficios de la meditación y la atención plena en un mundo donde los seres humanos no paran de asimilar estímulos, producir y consumir.
Cuando Thich preguntó ¿Por qué no dejamos más tiempo para el silencio en nuestra vida?, lo hizo bajo el argumento de que todo momento es un preciado regalo y de que “seremos más exitosos en nuestros esfuerzos, si tomamos descansos para relajarnos y centrarnos”.
Una tercera vivencia y quizás la más relevante que tuve en 2025: El manejo del dolor fue mi gran reto en el presente año, pero al mismo tiempo el mejor profesor. No asimilamos sufrimientos, crisis y pruebas en nuestras vidas, porque consideramos inmerecido estar bajo condiciones agobiantes.
El anhelado bienestar entendemos que está asociado a un camino libre obstáculos y dificultades. Pero como han planteado algunos expertos en el tema, la búsqueda de la felicidad debe asumirse como un proceso y no como un fin.
Y lo peor sería recurrir a la evasión, la búsqueda de placeres y el consumismo como herramientas para enfrentar los estresores de la vida.

El filósofo y escritor polaco, Zygmunt Bauman (1925-2017), acuñó el término “modernidad líquida” para explicar la sociedad actual, matizada por los “excesos, redundancia, desperdicio y eliminación de desechos”. Para Bauman, la felicidad no debe asociarse con la ausencia de conflictos, comodidad material y tranquilidad absoluta.
En 2025, mi mayor enseñanza fue aprender a disfrutar de las cosas menudas que tan frecuentemente pasan desapercibidas, en medio de los desafíos de la vida. En mi caso, citaré sólo algunas por razones de espacio:
-La llamada que me hace cada día mi hijo menor Juan Miguel, a las 10:00 de la noche.
-Los mensajes matutinos deseándome el mejor de los días de los amigos Felipe Román, Marianka Herrera, Tomás Aquino Méndez y Gloria Mejía.
-Los cariñitos culinarios de mi hermana Magaly y el café que me cuela mi hermana Mayra cuando visito la casa materna antes de ir al trabajo.
-Las oraciones escritas y en audio de mi hermana Eunice y que terminan casi siempre con la frase: “Te amo manito”.
-Los devocionales que me envían diario mi compañero de labores Miguel Ángel Medrano (de la Iglesia Católica) y mi hermana Gisela (del pastor español evangélico José Manuel Sierra).
-Despertarme cada mañana con el trinar de las aves que asoman cada día a la ventana de mi habitación.
-El trato amable y respetuoso que recibo de mis compañeros de trabajo y estudiantes.
-Los comentarios que me envían lectores sobre este artículo dominical, con retroalimentaciones valiosísimas que enriquecen los temas tratados.
Tal vez a algunos estas cotidianidades les resulten insignificantes, pero como reza una canción del astro español Julio Iglesias titulada Minueto, “quiero las cosas pequeñas, sencillas y ciertas que dejan huellas al pasar”.

Bauman advirtió que, bombardeados por la publicidad, todas las ideas de felicidad siempre acaban en una tienda. Y el monje budista Thich reflexionó que “con nuestro culto a la satisfacción inmediata, muchos de nosotros hemos perdido la capacidad de esperar”.
El 2025 comenzó para mí con retos complicados, pero terminó dejándome un aprendizaje positivo y fructífero.
¿Recuerdan la falta de respuestas a la mayoría de nuestras preguntas que mencioné al principio?
Dentro de mi Biblia encontré el pasado viernes un papel con anotaciones sobre un mensaje que escuché en la iglesia. Y dicen así: “La crisis es la mejor oportunidad para el cambio”. “Una prueba puede ser el trampolín para pasar a otro nivel”. “Si hacemos lo correcto delante de Dios, aunque la bendición tarde, llegará”. “La prueba nos da una oportunidad para confiar en el poder de Dios”.
Ignoro el año en que hice esas anotaciones. Quizás otro que creí tan difícil como el 2025, con pruebas, crisis y desafíos que ahora no recuerdo.
Para el 2026 no hay lista de metas trazadas. Ni siquiera sé donde quedó la del año que casi finaliza.
Iré paso a paso, consciente de que la voluntad de Yahvé siempre será mejor que la mía.
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