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Las reencarnacines de Fouché, el genio tenebroso

29 March 2025
This content originally appeared on Listín Diario.
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La violenta Revolución Francesa fue la respuesta al desajuste existente en la Francia de 1789 entre un modo de producción de tipo capitalista mercantil y un Estado que, en su estructura, se correspondía con los viejos esquemas del poder, surgidos del feudalismo. Podríamos decir, viéndolo desde la óptica marxista, que la superestructura, o sea, el conjunto de normas, básicamente jurídicas y políticas, a las que se añaden religiosas, artísticas y hasta filosóficas; dadas en un momento histórico específico, no guardaba armonía con la infraestructura, base material de la sociedad, expresada en las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Dicho de otra manera, la monarquía absoluta y los privilegios de la nobleza, chocaban con los burgueses, nuevos dueños de las riquezas, y campesinos, víctimas de la opresión histórica, desde la servidumbre en la gleba.

La lucha por el poder creó varios escenarios de batalla, pero uno de ellos, la Asamblea Nacional, fue el epicentro. Allí se definió la sepultura de la monarquía, el nacimiento de la República y la democracia moderna que, con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, sentó las bases para redactar la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, las posteriores luchas por el respeto a los derechos civiles y políticos. Los acontecimientos desatados a raíz de los debates ideológicos y la lucha por el poder político, puestos de manifiesto en los choques entre los moderados girondinos, partidarios de la descentralización del poder, y de los jacobinos, radicales revolucionarios defensores del poder centralizado en el que el Estado jugara un papel dominante, sacaron a la luz personajes y personalidades que encontraron espacios de protagonismo, como Maximiliano Robespierre, el “guillotinador” guillotinado, o el tenebroso Jeseph Fouché.

El temperamento de los actores y la conformación de sus estructuras mentales, construidas desde sus orígenes sociales, sus cambios y entornos; las complejas vivencias en el núcleo familiar con posibles traumas psicológicos, tuvieron incidencia en el volátil proceso dialéctico, acelerado o retrasado por las intrigas y traiciones que marcaron cada movimiento táctico. El más destacado en esas andanzas fue Fouché, a quien la psicología moderna hubiera catalogado como sociópata. Carente de valores y principios, inescrupuloso y desalmado, se convirtió en un chaquetero que saltaba de acera política en apenas horas. De girondino defensor de los monarcas, pasó abruptamente al bando más radical de los jacobinos para sumarse al pedido de decapitación de sus defendidos.

Luego, siempre actuando bajo la sombra y con sigilo felino, como los Fouché del siglo XXI, articuló toda suerte de tramas conspirativas contra sus nuevos compañeros, para sumarse al golpe de Estado de Napoleón Bonaparte, hasta convertirse en una figura clave del imperio. Sobre él, sin embargo, escribiría el emperador: “Traicionó y sacrificó sin remordimiento a sus antiguos camaradas o sus cómplices. La intriga le era tan necesaria como el alimento. Intrigaba en todo tiempo, en todas partes, de todos modos y con todo tipo de personas…”. El gobernante francés añadió, además, que no existía algo en lo que no estuviera implicado y que su manía era querer ser de todo. Stefan Zweig, quien lo biografió en su libro “Fouché, el genio tenebroso”, lo definió como un hombre ambicioso e intrigante, “carente de escrúpulos y moral”, capaz de “navegar a través de las convulsiones políticas de la Francia revolucionaria y del imperio sin mudar un gesto”.

Fouché no ha muerto, reencarna en cada hombre miserable que anida ambición patológica, que a veces reproduce el refinado arte del engaño y se mueve con pasos de felino, que otras veces sólo alcanza la categoría de artesano, mostrando algunas de sus imperfecciones y, casi siempre, resulta un clon completamente defectuoso, que mueve sus intrigas como pisadas de elefantes en un escaparate de cristal. Pero todos se conocen, el artista del mal, el artesano de la intriga y el chapucero conspirador impenitente que se ahoga en su ansiedad.