Local News

George Clooney: el actor que mira a Jay Kelly y ve a un hombre que nunca quiso ser

07 December 2025
This content originally appeared on Listín Diario.
Promote your business with NAN

George Clooney tiene una habilidad rara en Hollywood: puede hablar de sí mismo sin tomarse demasiado en serio. Esa mezcla de ironía, honestidad y carisma, una firma ya legendaria encuentra en Jay Kelly un vehículo inesperado. La película lo pone frente a un personaje que parece la versión distorsionada de algo que él podría haber sido en otra vida: un hombre famoso, encantador, respetado… pero absolutamente desastroso por dentro. Clooney lo dice con una claridad que desarma: “Este tipo es un desastre. Y yo no me parezco a él, pero lo reconozco. Todos lo reconocemos.”

Esa frase resume la esencia del personaje. Clooney no lo interpreta desde la identificación, sino desde el espejo. Jay Kelly es el resultado de una vida entera de decisiones impulsivas, narcisismo disfrazado de seguridad, relaciones afectivas sacrificadas por un éxito malentendido. Clooney tiene la distancia para observar y la empatía para habitarlo. “La fama no arregla nada”, reflexiona, y uno siente que habla tanto del personaje como de su propia experiencia.

Lo más interesante es cómo Clooney utiliza su estatus para desmontarlo desde adentro. Él mismo admite que, con los años, entendió que el éxito puede funcionar como una burbuja que impide ver lo que realmente importa. Jay Kelly vive exactamente ahí: en una burbuja donde todo gira alrededor de su ego, hasta que la realidad le explota en la cara. Clooney lo describe con ironía: “Es como si hubiera pasado la vida entera corriendo detrás de algo que no sabe nombrar.” Esa indefinición es precisamente lo que convierte al personaje en un terreno fértil para Clooney.

Trabajar con Noah Baumbach lo llevó a un terreno emocional distinto. Clooney reconoce que Baumbach no dirige desde el artificio, sino desde la verdad incómoda. “Noah quiere ver cuando te quiebras, no cuando actúas que te quiebras”, explica. Y esa filosofía lo obligó a acercarse al personaje desde un espacio vulnerable. Jay Kelly no puede esconderse detrás del encanto ni de frases ingeniosas; Baumbach se lo arranca. Y Clooney, para su propio asombro, encontró placer en dejarse caer.

El actor se ríe al recordar que Baumbach le pedía “menos George y más humano”. Es un comentario que suena ligero, pero encierra una transformación profunda. Clooney, acostumbrado a interpretar hombres sofisticados o moralmente seguros, se vio obligado a abrazar la torpeza emocional, el arrepentimiento, la vergüenza. “Jay es alguien que intenta justificarse incluso cuando sabe que no tiene justificación.” Ese mecanismo de autoengaño fue el punto de entrada perfecto para un actor que siempre ha comprendido el poder de la sutileza.

Lo que más lo sedujo del guion fue la honestidad brutal con la que retrata la masculinidad contemporánea. Jay Kelly es un hombre que creció bajo la fantasía de que el éxito puede tapar cualquier herida. Clooney lo explica así: “Hay generaciones enteras de hombres que nunca aprendieron a decir ‘me equivoqué’, y Jay es uno de ellos.” Ese comentario abre una lectura más amplia: Jay Kelly no es solo la historia de un individuo, sino un reflejo de un modelo masculino en decadencia, intentando sobrevivir en un mundo que ya no aplaude esa coraza emocional.

Clooney, con la sabiduría que da la edad, reconoce que él mismo tuvo que aprender a escuchar sus propios errores. Habla del personaje como si fuera una advertencia suave, no un juicio. “Creo que todos podemos sentir el horror de despertarnos un día y no reconocer a la persona en el espejo.” Ese miedo universal, el miedo al autoengaño convierte la película en algo más que una comedia o un drama: la convierte en una confesión colectiva.

Sobre trabajar con Baumbach, Clooney es elogioso sin perder el humor. Lo describe como “un cirujano emocional que trabaja con una lupa”. Dice que nunca había hecho tantas tomas donde no pasaba nada aparente, pero donde todo estaba sucediendo por debajo. “Noah confía en los silencios”, reflexiona. “Y en esos silencios, Jay se derrumba.” Clooney agradece ese espacio porque le permitió construir una interpretación que no depende de grandes discursos, sino de microgestos: miradas perdidas, respiraciones tensas, sonrisas mal ubicadas.

El resultado es uno de sus trabajos más introspectivos. La película lo obliga a despojarse del encanto que lo hizo mundialmente famoso. Jay Kelly no seduce; se disuelve. Jay Kelly no controla; improvisa mal. Jay Kelly no inspira; apenas sobrevive. Clooney, sin embargo, le da una humanidad que evita el rechazo. Se puede ver el daño que causa, pero también la herida interna que lo impulsa. “No es malo, es perdido.” Esa definición, tan simple, funciona como brújula emocional durante todo el metraje.

El actor también se permite bromear sobre las expectativas del público. “Yo sé que la gente piensa que voy a interpretar a un tipo encantador. Esto no lo es. Pero es interesante romper eso.” Y lo rompe con gusto. La película se beneficia enormemente de ese choque entre imagen pública y personaje. La ironía que Clooney domina como pocos aparece como salvavidas para un personaje que sería insoportable sin ella. En manos de otro actor, Jay Kelly sería un hombre patético; en manos de Clooney, es un hombre trágico.

Mientras habla sobre la recepción que espera de la película, Clooney sorprende con un nivel de humildad poco común: “Si a alguien le sirve para mirarse un poco, ya ganamos.” No habla de premios, no habla de taquilla, no habla de legado. Habla de impacto personal. Ese cambio de perspectiva quizá producto de la madurez, quizá de la experiencia revela a un actor que ha dejado de perseguir aprobación externa y ahora busca resonancia interna.

En última instancia, Clooney interpreta a Jay Kelly como un recordatorio de que nadie está libre del autoengaño. Que podemos tener éxito, admiración, estabilidad… y aun así sentirnos inhabitados. Pero también sugiere que es posible detenerse, incluso tarde, y elegir un rumbo distinto. “No creo que Jay se arregle”, admite. “Pero creo que empieza a verse.”

Y en un mundo saturado de máscaras, eso ya es suficiente para empezar a vivir.