Emilio Bonifacio: cuando incluso los imprescindibles deben escuchar al tiempo
Si queremos hacer cierta aquella premisa de Bertolt Brecht —que los que luchan toda la vida son los imprescindibles— sabemos que Emilio Bonifacio entra en esa categoría. Pero hay una verdad que ni siquiera los imprescindibles pueden torcer: el tiempo no negocia con nadie.
El Capitán del Licey, con C mayúscula, pertenece a esa especie en extinción: la de los jugadores que lideran sin pedirlo, que empujan un clubhouse completo con la mirada, que cambian un juego sin necesidad de sonar el bate. Bonifacio moldeó victorias desde detalles que otros no veían.
Pero incluso los imprescindibles tienen un límite.
El beisbol, generoso con la memoria pero cruel con el presente, lo dice con frialdad: .104/.218/.125.
No hay conspiración ni mala suerte.
No hay ajustes pendientes.
Hay un cuerpo que ya no ejecuta lo que la mente todavía diseña. Ese desfase —silencioso, inevitable— es la señal de que el ciclo está llegando al borde.
Bonifacio no es el Cid. Y solo existe un Cid.
Nadie gana batallas después de muerto, salvo el gran Rodrigo Díaz de Vivar.
En el beisbol, cuando el cuerpo no acompaña, no hay caballo que te lleve a la victoria.
Por eso, el Capi debe empezar a considerar una palabra que a los atletas les cuesta enfrentar: retiro. No como renuncia, sino como decisión honesta.
El beisbol es un negocio antes que una poesía.
Puede darte un espacio para despedirte bien, pero cuando hablan los números, los intangibles dejan de pesar.
Los afectos no compiten contra una línea ofensiva que ya no se sostiene.
Por eso es conveniente que Bonifacio anuncie que esta será su última temporada con los Tigres.
No por presión externa, sino porque el cuerpo ya no responde, porque la chispa de los novatos corre más rápido y porque desbaratar una curva es ahora un deseo más que una posibilidad.
A Bonifacio no se le cuestiona el carácter. Sería absurdo.
Lo que se cuestiona es la pertinencia de sostener un lugar que ya no depende de liderazgo, sino de producción.
Y este juego —aunque duela— se juega con resultados, no con recuerdos.
El problema no es que esté fallando.
El problema es que su trayectoria no merece esta agonía estadística.
Un capitán se retira antes de ser sombra de sí mismo.
Eso también es liderazgo. Ejemplos sobran: Big Papi, Beltré, Mussina.
No se trata de empujarlo hacia la puerta.
Se trata de abrirla para que salga con dignidad.
Que decida él, sí.
Pero que decida con claridad, no con nostalgia.
El Licey construyó parte de su identidad reciente alrededor de su figura.
Y por eso mismo, su despedida debe ser limpia:
Quisqueya de pie, ovación larga, abrazo del dugout, reconocimiento real.
Y que la despedida no sea solo en el Quisqueya.
Que la fanaticada lo aplauda en cada parque del país, como corresponde a un capitán que dejó años de servicio en el terreno.
Que pueda caminar hacia el dugout, por última vez, sabiendo que se va como se van los grandes: con respeto, con aplausos y con la frente en alto.
Seguir un año más no lo engrandece. Lo desgasta.
Y desgastar a un capitán es diluir la historia que ayudó a escribir.
Este es el momento. Y ya.
Si queremos honrar de verdad la frase de Brecht, entendamos esto: los imprescindibles no lo son porque duren para siempre, los imprescindibles no lo son porque duren para siempre, sino porque saben irse en el momento justo para preservar su legado.
.
Emilio Bonifacio merece irse así:
completo, respetado y de pie.
No esperando un turno que ya no le pertenece,
sino recibiendo el aplauso que sí se ganó.
Capitán, este es el año.
El tiempo lo está diciendo.
Y el juego también.
El beisbol es libertad, libertad en movimiento.
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